domingo, 10 de mayo de 2009

EDITORIAL, Nº 10

(Publicado en El Porche nº 10, Mayo 2009)
La vida resurge a nuestro alrededor con renovada intensidad. Todo florece y rebrota, vistiendo nuestro mundo cotidiano de nuevos colores y aromas densos. Es primavera. También es, y no por casualidad, tiempo de Pascua: los ojos de la fe ven al Crucificado que ha renacido a la vida definitiva, contemplan su paisaje inabarcable, deslumbrante, lleno de fragancias desconocidas. La Pascua, lo sabemos muy bien, es tiempo de vida. Eso es lo más palpable de ella: la vida nueva que se nos ofrece en Jesús resucitado.
No obstante, conviene recordar que "pascua" significa "paso". La Vida es el punto de llegada, el destino de ese movimiento. Pero el "paso" entraña abandonar el punto de partida, ponerse en marcha. No da el "paso", no vive la "pascua", quien no está dispuesto a salir de la estrechez de sí mismo y de las prisiones en que tal vez languidece.
No es fácil dar ese "paso". Salir a oscuras de uno mismo para dirigirse hacia una realidad nueva, que nos desborda, que nos ciega con su luz, exige una decisión firme. Y siempre requiere un deseo intenso, que se ha de cultivar con asiduidad y mimo: el deseo o sed de Dios, que es la vida y la paz del corazón humano.
Es primavera. El Resucitado se acerca hasta nosotros, camina a nuestro lado, dispuesto a ayudarnos a dar el "paso". Abramos nuestros sentidos a su llegada.

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