Es lo que ocurre, por ejemplo, con palabras como “carne”, “cuerpo”, “alma”, “espíritu” o “corazón”. En primer lugar, es importante dejar claro que en el mundo judío existe una concepción unitaria del ser humano. Nosotros, herederos de una cultura grecolatina, cuando oímos esas palabras pensamos en una persona compuesta de diferentes “partes”, mientras que en el mundo bíblico se trata más bien de dimensiones del ser humano; o, dicho de otra manera, cada una de esas palabras se refiere no a una parte, sino a la persona completa pero vista desde un determinado punto de vista.
Veamos el ejemplo concreto del término “corazón”. En nuestro idioma hacemos un uso muy frecuente del corazón en sentido figurado: “decir algo con el corazón en la mano” o “de corazón”, “abrir el corazón a alguien”, “doler el corazón”, “tocar el corazón”, “romper, helar o arrancar el corazón”… La mayor parte de estos usos denotan que en nuestra cultura consideramos el corazón, además de un órgano corporal, como el lugar de los sentimientos y las emociones.
En la cultura bíblica esto no es exactamente así. El corazón no expresa sólo los sentimientos, sino la interioridad de la persona en general. Por eso se usa para referirse a la mente, a la voluntad y al sentimiento. En cuanto a mente, el corazón tiene pensamientos, convicciones e ideas; en cuanto a voluntad, actitudes y disposiciones; y en cuanto a sentimiento, el corazón expresa afectos, amores y odios.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es frecuente encontrar la expresión “de corazón” asociado a otra palabra para expresar pensamientos, actitudes o sentimientos. Así pues, ser “limpio de corazón” (Mt 5, 8) significa ser puro, transparente, no tener doblez; “humilde de corazón” (Mt 11,29) es poseer la actitud interior de la humildad, no serlo simplemente de boquilla o exteriormente; “dureza de corazón” (Mc 3, 5) significa tanto falta de sentimiento como cerrazón de la mente o fanatismo; “propósito de corazón” (Hch 11, 23) quiere decir con una decisión firme, o sea con firmeza.
También encontramos muchas veces la expresión “en el corazón” para referirse a una actividad interior: “razonar en el corazón” (Mc 2, 8) o “decir en su corazón” (Mt 24, 48) es sencillamente pensar en su interior sin expresarlo en voz alta; “guardar todas estas cosas en el corazón” (Lc 2, 51) sería conservarlo todo en la memoria.
Otro uso frecuente es decir que algo se hace “con el corazón”, como una manera de resaltar que toda la persona está implicada. Así cuando se dice “amarás a Dios con todo tu corazón” (Mt 22, 35) está expresando una adhesión y una entrega totales.
Sintetizando podríamos decir que “corazón” expresa la interioridad de la persona en un sentido estable o permanente (convicciones, actitudes, sentimientos).
Fernando Orcástegui
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