Hoy, quinto y último domingo de cuaresma, seguimos caminando juntos hacia la Pascua. A lo largo de todo este tiempo hemos podido sentir el abrazo del padre y su cercanía en cada recodo del camino: Ante las tentaciones de cada día; en nuestras “paradas” para descansar; en los momentos de sequía cuando parece que nuestras ramas se agostan y no vamos a ser capaces de dar fruto; cuando después de creernos autosuficientes y de despilfarrar nuestra herencia, volvemos con el corazón vacío y los pies llenos de polvo.
Hoy podemos sentir de nuevo cómo Dios nos abraza después de quitarnos el peso de las piedras que con frecuencia lanzamos sobre nosotros y sobre los demás.
Continuamente experimentamos limitaciones, situaciones de la vida que nos hacen desfallecer y caer. Incluso, en ocasiones, es tanto el peso que llevamos que se nos hace tremendamente difícil levantarnos.
Pero Jesús vino a liberar nuestras ataduras, a levantarnos del suelo para seguir caminando. Jamás juzgó ni condenó a nadie. Jamás impuso el peso de ninguna ley que no fuera la del amor y la misericordia. ¿Por qué entonces somos tan exigentes con las debilidades de nuestros hermanos y con las nuestras propias?
A través de la Palabra de hoy os invitamos a descubrir ese abrazo tan grande lleno de amor y de misericordia que Dios una vez más nos ofrece.
ORACION DE PERDÓN
Señor,
Tú, que todo lo haces nuevo,
transforma mis miedos en oportunidades,
mi agresividad en ternura,
mi egoísmo en generosidad,
mi angustia en esperanza,
mi falta de fe en confianza,
mis ruidos en tu silencio lleno de paz.
Señor,
transforma mis piedras en caricias
que envuelvan mi corazón
y el de los demás.
Haz de mi barro una vasija
que yo pueda llenar de tu agua,
que calme la sed,
que limpie las heridas,
que refresque mi alma
y la de todos aquellos
que tú pones en mi caminar.
PETICIONES
Renueva nuestra vida, Señor.
Jesús, hoy te pedimos que las únicas piedras que toquen nuestras manos sean para construir.
Para construir sueños que puedan hacerse realidad en nuestra Iglesia. Que este camino del sínodo nos lleve a una Iglesia liberadora en la que todos tengan cabida.
Para construir espacios de diálogo y de entendimiento entre todos los pueblos con el fin de alcanzar el bien de toda la humanidad.
Para construir esperanza en tantas personas “rotas” por la tristeza, la enfermedad y la soledad.
Para construir ilusiones en los niños y en los jóvenes que se encuentran frecuentemente desorientados por tantas cosas que no dejan llenar su corazón de lo esencial.
Para construir alegría en un mundo lleno de oscuridades.
Para construir la paz en medio de la violencia.
Jesús, transforma nuestras piedras, transforma nuestro corazón.
Renueva nuestra vida, Señor.
HOMILIA
¿Por qué estás triste? ¿Por qué hundes tu cuerpo sobre la tierra, bajas la cabeza y escondes tu mirada? ¿Qué te hace sufrir tanto que no eres capaz de ponerte en pie?
¿Tus limitaciones? ¿Tus miedos? ¿Tus inseguridades? ¿Tus fracasos?
¿Por qué te atormentas?
Sea lo que sea, no mereces que ni tú ni nadie lance piedras contra ti.
Todo aquello que te hace daño, que te impide ser feliz, aquello que te desborda…, Jesús lo transforma. Él, que solo sabe de abrazos y de amor, de nuevas oportunidades. Él, que escribe nuestras flaquezas en la tierra para que el viento se las lleve y las haga desaparecer para siempre. Él, que nos abraza con tanta ternura y nos dice: “Venga, levántate. Y con las piedras construye todo el amor que puedas, el mundo te necesita. Yo, siempre estaré contigo”
GESTO DE LA PAZ
Antes de darnos la paz, vamos a guardar un minuto de silencio en oración por todas las víctimas de las guerras, y para que el Señor toque los corazones del ser humano y la paz alcance todos los lugares del mundo.
ORACIÓN FINAL
Tus dibujos en el suelo
han tenido un efecto sorprendente:
el círculo moralista y acusador se ha roto
y, a solas contigo, por primera vez,
me he sentido libre.
Tus dibujos en el suelo
han sido el primer espejo no engañoso
que me ha hecho ver mi rostro triste,
mi ser pobre y vacilante,
mis miedos de siempre.
Tus dibujos en el suelo
han creado un silencio penetrante,
pues han puesto al descubierto
la trágica parodia que vivimos
cuando nos creemos diferentes.
Tus dibujos en el suelo
me han devuelto la dignidad perdida
cuando tu dedo suave y firme
con el polvo de siempre y mis lágrimas perdidas
ha plasmado mi nuevo rostro sonriente.
Después te has incorporado,
solamente has mirado mis ojos,
me has besado como nadie
y has dicho al aire: vete y vive; ya sabes.
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