Montse Riu
(Publicado en El Porche nº 10, Mayo 2009)
Este año, la cuaresma ha tenido un sabor distinto.
Los cuarenta días de preparación a la Pascua nos han ofrecido la oportunidad de asomarnos a los cuarenta países más pobres de la Tierra: “los cuarenta últimos”. Gracias a una propuesta de los Marianistas, cada día hemos podido leer unos cuantos datos de estos países lejanos y escuchar retazos de la vida de nuestros hermanos de “allá abajo” (porque curiosamente siempre están más abajo que nosotros).
He dicho muy alegremente que hemos podido “asomarnos” a estos mundos, y al repetirlo ahora me resulta casi una ironía; porque leer estos documentos desde el sofá de nuestra casa, desde nuestro bienestar y nuestra seguridad, sabiendo que lo que les pasa a ellos no nos pasará a nosotros (por lo menos, esto esperamos), más que asomarnos a su mundo es “mirarles desde lejos”, o quizá interesarnos por ellos, o a lo sumo, pretender que su realidad nos toque el corazón. Porque si algo se nos va quedando dentro de lo que Jesús de Nazaret nos dijo una y mil veces, es que nos quiere ver a todos como hermanos, nos quiere tan cerca unos de otros como si nos sentáramos alrededor de la misma mesa. Dicho de otra manera “El corazón maternal de Dios no puede renunciar a su deseo de hacernos felices”.
Esta manera de vivir la cuaresma ha tenido en nuestra Parroquia un final de lo más oportuno o acertado. Es tradición heredada de nuestros mayores que los que deseamos seguir a Jesús nos reunamos el Viernes santo para recorrer el Vía Crucis. Es una manera de recordar o acompañarle en el camino que Él tuvo que recorrer el primer Viernes santo camino del Calvario. Este año también le hemos acompañado; pero hemos sustituido las catorce estaciones de la tradición por otras tantas situaciones en las que hoy Jesús lleva la cruz en cada uno de los hermanos apaleado o amenazado por el dolor. Y así, una tras otra, hemos recorrido catorce escenas en las que ahora la cruz la están llevado a hombros: millones de personas que padecen hambre; niños y niñas sin derecho a la educación, cuando sabemos que el analfabetismo es la barrera para salir de la pobreza; mujeres marginadas víctimas de la violencia, de la discriminación salarial, educativa y política; niños que mueren antes de los cinco años por contraer enfermedades que aquí serían fácilmente curables; madres con riesgo de morir durante el embarazo o en el parto por no tener las mínimas condiciones de higiene; enfermos mal atendidos y sin tener acceso a la medicación necesaria; familias sin recursos, amenazadas y sin poder acceder a un trabajo digno porque no acertamos a repartirnos los bienes de la tierra; hermanos nuestros que mueren por la violencia, la injusticia o el odio. Toda esta realidad sembrada de dolor y de cruces es hoy el camino de la Cruz.
Y ante este camino de Viernes santo se impone el silencio. Acaso la pregunta: ¿qué tenemos que ver con todo esto?
Pero, para los cristianos, no es la cruz el final, sino la VIDA. Nuestro Vía Crucis acabó con una afirmación llena de esperanza y de compromiso. “Dios no se ha desentendido de la humanidad. Cuenta con nosotros para construir un mundo de hermanos desde la justicia y la solidaridad. Su Espíritu es aliento constante que moviliza nuestra vida personal y comunitaria hacia los más pobres, hacia las víctimas. El sueño es un mundo nuevo. Los signos son el compromiso de muchos testigos con los más necesitados. Algo nuevo está naciendo. ¿No lo notáis?”
(Publicado en El Porche nº 10, Mayo 2009)
Este año, la cuaresma ha tenido un sabor distinto.
Los cuarenta días de preparación a la Pascua nos han ofrecido la oportunidad de asomarnos a los cuarenta países más pobres de la Tierra: “los cuarenta últimos”. Gracias a una propuesta de los Marianistas, cada día hemos podido leer unos cuantos datos de estos países lejanos y escuchar retazos de la vida de nuestros hermanos de “allá abajo” (porque curiosamente siempre están más abajo que nosotros).
He dicho muy alegremente que hemos podido “asomarnos” a estos mundos, y al repetirlo ahora me resulta casi una ironía; porque leer estos documentos desde el sofá de nuestra casa, desde nuestro bienestar y nuestra seguridad, sabiendo que lo que les pasa a ellos no nos pasará a nosotros (por lo menos, esto esperamos), más que asomarnos a su mundo es “mirarles desde lejos”, o quizá interesarnos por ellos, o a lo sumo, pretender que su realidad nos toque el corazón. Porque si algo se nos va quedando dentro de lo que Jesús de Nazaret nos dijo una y mil veces, es que nos quiere ver a todos como hermanos, nos quiere tan cerca unos de otros como si nos sentáramos alrededor de la misma mesa. Dicho de otra manera “El corazón maternal de Dios no puede renunciar a su deseo de hacernos felices”.
Esta manera de vivir la cuaresma ha tenido en nuestra Parroquia un final de lo más oportuno o acertado. Es tradición heredada de nuestros mayores que los que deseamos seguir a Jesús nos reunamos el Viernes santo para recorrer el Vía Crucis. Es una manera de recordar o acompañarle en el camino que Él tuvo que recorrer el primer Viernes santo camino del Calvario. Este año también le hemos acompañado; pero hemos sustituido las catorce estaciones de la tradición por otras tantas situaciones en las que hoy Jesús lleva la cruz en cada uno de los hermanos apaleado o amenazado por el dolor. Y así, una tras otra, hemos recorrido catorce escenas en las que ahora la cruz la están llevado a hombros: millones de personas que padecen hambre; niños y niñas sin derecho a la educación, cuando sabemos que el analfabetismo es la barrera para salir de la pobreza; mujeres marginadas víctimas de la violencia, de la discriminación salarial, educativa y política; niños que mueren antes de los cinco años por contraer enfermedades que aquí serían fácilmente curables; madres con riesgo de morir durante el embarazo o en el parto por no tener las mínimas condiciones de higiene; enfermos mal atendidos y sin tener acceso a la medicación necesaria; familias sin recursos, amenazadas y sin poder acceder a un trabajo digno porque no acertamos a repartirnos los bienes de la tierra; hermanos nuestros que mueren por la violencia, la injusticia o el odio. Toda esta realidad sembrada de dolor y de cruces es hoy el camino de la Cruz.
Y ante este camino de Viernes santo se impone el silencio. Acaso la pregunta: ¿qué tenemos que ver con todo esto?
Pero, para los cristianos, no es la cruz el final, sino la VIDA. Nuestro Vía Crucis acabó con una afirmación llena de esperanza y de compromiso. “Dios no se ha desentendido de la humanidad. Cuenta con nosotros para construir un mundo de hermanos desde la justicia y la solidaridad. Su Espíritu es aliento constante que moviliza nuestra vida personal y comunitaria hacia los más pobres, hacia las víctimas. El sueño es un mundo nuevo. Los signos son el compromiso de muchos testigos con los más necesitados. Algo nuevo está naciendo. ¿No lo notáis?”